Me faltaba cerrar los posts generales sobre la experiencia de Estambul. Estoy seguro de que en el futuro se me irán ocurriendo otras cosas que comentar sobre el viaje pero no quería pasar a mi próxima aventura sin contarles algunas historias y consejos sobre ciertas experiencias que no se deben dejar de vivir en esta ciudad. Pueden ver más imágenes de este viaje en mi galería o en la galería de flickr de Laura Franco.
El Baño Turco
La verdad es que no sé por qué existe tanta confusión acerca del nombre que se le da a los distintos tipos de “baño” que uno puede encontrar en un espacio genérico de Spa. He escuchado a la gente llamarle “Sauna” tanto al baño de vapor como al cuarto con carbones y bancas de madera (hecho famoso por los escandinavos). Al mismo tiempo, he visto que se usa el nombre de “Baño turco” para el primero de los espacios que mencioné anteriormente así como a los baños públicos tipo piscina medicinal que tienen los húngaros. Por esto, antes de entrar a un auténtico baño turco en Estambul, no estaba muy seguro de lo que encontraría.
Lo que hay que tener claro es que no tiene nada que ver con ninguno de los anteriores excepto por el concepto de un espacio compartido en el que uno está ligerito de ropa (o completamente privado de ella).
Fui a uno de los baños turcos que nos habían recomendado tanto las guías como gente que ya había estado: Cemberlitas, uno de los más antiguos de Estambul. Por 55 Liras turcas (unos 25 Euros) tenía derecho al baño de 15 minutos por uno de los encargados más todo el rato que me quisiera quedar luego de eso en el lugar.
La verdad es que toda la experiencia vale la pena. Yo debo admitir que fue un momento que cualquier antropólogo social amateur valoraría sobremanera. La interacción entre un grupo de hombres desconocidos en torno a la actividad del baño es como un regreso a la infancia. Lo digo muy en serio. No sólo porque uno se siente como un niño mientras alguien mayor lo limpia, sino que uno vuelve a ese instinto masculino de socializar con quienes están ahí con uno en el momento. Llegué a la conclusión de que el baño, en general, es un bonding experience para los hombres tanto como lo pude ser una noche con los amigos viendo fútbol o en el vestidor después de hacer deporte. Es algo que sucede y punto.
Me pareció muy interesante un párrafo en una crítica de la película turca “Hamam”, sobre el concepto de homosocialidad. En una cultura en la que existe una segregación tan marcada de los sexos para muchas actividades (tanto las mesquitas como los hammams separan a los hombres de las mujeres), la necesidad intrínseca de los seres humanos por afecto y contacto se desarrolla dentro del entorno en el que cada uno se desenvuelva. Quizás aquí esté la clave para entender por qué en países como Marruecos, Turquía o India, los hombres anden de la mano o del brazo (entre amigos) sin que esto tenga la más mínima connotación negativa de homosexualidad.
Pero bueno, mi experiencia de Hamam debo decir que creo es lo más cercano que he tenido a estar en un bar de osos, sólo que aquí los osos lo bañan a uno en una bóveda centenaria que lo primero que me hizo pensar fue: así debe ser un hormiguero de arena roja por dentro. No me pregunten por qué.
Tras pagar, lo primero que uno hace (en el caso de los hombres) es subir acompañado por un señor que a punto de señas les muestra a uno un mini espacio con una cama. Son como “lockers” de tamaño humano pensados para que uno se desvista, deje sus pertenencias y duerma (si así lo desea) después del baño. Las únicas palabras que me dijo el hombre fueron: “rimuv clots. go daun.”
Hice lo que me dijo y bajé las escaleras del espacio común con una toallita como de trapo de cocina para ponerse alrededor de la cadera y cubrirme el kebab. Entregué una ficha que me habían dado en la entrada a un señor panzón que me recibió y me escoltó hasta la bóveda de marmol y barro.
La verdad es que no sé muy bien como describirla. Es como un si uno entrara a un espacio que tiene por techo un guacal de barro gigante puesto alrevés y con huequitos perforados para que entren algunos rayos de luz.
La verdad es que la entrada es bastante mística. Un espacio iluminado por haces de luz perfectamente definidos por el vapor y que cortan la humedad del lugar. Dirigiendo la mirada a la pieza central del Hamam. Una enorme mesa octagonal de marmol cuyo centro es calentado desde abajo con carbon. Sobre ella, al menos 20 hombres acostados relajándose, siendo bañados, o esperando su turno.
El panzón me indicó que me sentara ahí. Yo asumí que simplemente debía esperar.
Mientras esperaba aproveché para ver cómo era la dinámica. Un poco asustado por lo gritos que pegaban algunos hombres conforme los limpiaban y por la tosquedad con la que lavaban cada cuerpo como si fueran muñecos de trapo.
En eso llegó Ahmed. Mi oso panzón bañador profesional personal. nada más se puso la mano en su pecho peludo y dijo: “Ahmet. Tip after.”
Primero me lavó la espalda mientras yo estaba boca abajo contra la mesa de marmol caliente. Y ahí empezó todo. Entendí por qué los otros hombres gritaban o se quejaban. Es como una mini sesión de fisioterapia con jabón en la que a uno lo hacen literalmente como un trapo y que entre dolor y placer uno termina relajadísimo y más limpio que nunca. De repente sentí una nalgada que retumbó por toda la caverna vaporosa y con eso entendí que me tenía que dar la vuelta. Me lavó la cabeza, me terminó de quitar el jabón y luego de eso se despidió de mi, simplemente diciendo: “Good? yes? Ok. Ahmed. Tip after.”
Ahí acabó mi momento íntimo de homosocialidad con Ahmet.
Yo me quedé como una hora más en uno de los cuartitos laterales de baño que tienen. Hablando con otros turistas que estaban pasando por esa experiencia por primera vez como yo. Todos compartíamos historias mientras nos echábamos palanganas de agua fría y caliente con una humildad que sólo se puede tener cuando uno se encuentra en esa situación de vulnerabilidad: desnudo y aún sin entender que un hombre pansón y peludo le acaba de reacomodar a uno el cuerpo y sacarle la mugre hasta de donde no se podía.
Antes de salir le dejé la propina que tanto pidió mi querido Care Bear, Ahmed, en un botecito que tenían a la salida de los vestidores. Espero que se la hayan repartido.
Nota para las mujeres: Por lo que he escuchado la experiencia no es tan completa para ellas como para ellos, pero definitivamente es una tradición turca que se debe experimentar. Tomar un baño en un Hammam es tan necesario al estar en Estambul como comer paella en Valencia. Simplemente no se lo pueden perder.
Comida Estambulita
Uno de los mayores placeres que se puede tener en la vida es comer. Y si uno puede conocer la cultura de un lugar a través de sus sabores, aún mejor. Estambul es un lugar en el que hay que saber adonde comer pero definitivamente creo que es de esas ciudades en las que hay que aventurarse a probarlo todo y, siendo un pueblo marítimo dentro del marco general del mediterráneo, no podía descepcionar con la comida.
Los platos tienen mucha berenjena, frutos secos, especias, perejil, carne de cordero y yogurt. Sí: Mucho yogurt. Al igual que los griegos es una de las bases de su cocina y hace que todo sepa delicioso.
Mi consejo principal en cuanto a la comida en Estambul es que si uno va como turista evite al máximo comer en Sultanahmet. No sólo son restaurantes que funcionan perfectamente como trampas turísticas, sino que la calidad de la comida es bastante mediocre.
Lo que definitivamente recomiendo en cualquier parte de la ciudad, son los deliciosos Simit, una especie de pretzel gigante que lo venden en carritos ambulantes por todo sitio. Lo parten en dos y lo embarran con queso por sólo 1 euro. Si el hotel en el que se quedan no incluye desayuno (o aunque lo incluya), cómanse uno de estos cuando empiecen su día. El simit entró definitivamente en mi lista de desayunos favoritos de todos los tiempos.
Entre las mejores comidas que probé están los distintos Meze, que son como platos variados de “tapas” distintas. Mucha berenjena, muchas especias y todo delicioso.
También probé una delicia que se llama Kavurma que es como un wok de la carne que uno escoja (con vegetales) y lo sirven sobre una especie de tortilla gigante. Casi como un burrito abierto digamos. Encontramos un lugar justo al lado de Istikal Cadessi que nos pareció bastante bueno y con precios muy aceptables si uno no está viajando con mucho presupuesto. Aunque el “budget food” por excelencia sería un Kebab tradicional. De estos hay por todo lado. Y me comí uno justo en la primera esquina entrando a Istikal Cad viniendo desde Taksim y definitivamente lo recomiendo.
Para los viajeros más gastronómicos, creo que es absolutamente recomndable cruzar el Bósforo para comer del lado asiático. Esta zona de la ciudad, que es realmente como si uno entrara en una tercera cara nunca antes vista de Estambul, tiene un área de mercado y comidas mucho menos congestionada que las de Sultanhamet ya que no hay tantos sitios turísticos por visitar.
Al llegar a Asia tuvimos la suerte de hacer una amiga de 16 años simpatiquísima que nos supo explicar cómo coger el tram antiguo e incluso nos llevó a la mejor heladería del Estambul asiático (según ella).
Aparte de disfrutar platos exquisitos, es la única ciudad en el mundo en la que uno puede darse el lujo de ir a almorzar a Asia y luego regresar a tomarse el típico café turco en Europa, y eso hay que aprovecharlo. De regreso en el lado europeo, vale la pena pasar por el Istanbul Modern: El museo de arte moderno de Estambul que, aunque pequeño, se da duro con sus homólogos en Manhattan, San Francisco, Madrid o Londres. Vale la pena no sólo por la colección de arte sino por el restaurante. Cócteles deliciosos y unos platos que son una tortura para alguien que viaja con presupuesto.
Para más información sobre la comida turca, me encontré este sitio que está bastante completo.
El intrépido Andarín Gallardo humilla a un taxista (sin querer)
Una de las noches decidimos salir por el centro para vivir la noche estambulita (que por cierto es impresionante). El ritmo de vida nocturna que vi en Estambul creo que sólo lo puedo comprar con el de Madrid. Esas ciudades que parecen nunca dormir y que, a diferencia de Nueva York, son espacios de vida nocturna que a gente se nota que está disfrutando.
El área para salir por la noche en Estambul es definitivamente en el barrio de Beyoglu. metiéndose a callejear por la zona de Túnel.
Pero bueno, el punto es que luego de un concierto buenísimo de IAMX (un neo-emo post-glamrockero que da un espectáculo metículosamente pensado en el escenario), cogimos un taxi que nos llevara a nuestro hotel (que estaba un poco alejado de la zona). Cuando llegamos a nuestro destino, el hombre me muestra el taxímetro: 47 liras turcas. Laura hizo como para sacar su billetera pero siendo el gallardo caballero que soy decidí encargarme del asunto:
“Tranquila lau – dije- yo tengo un billete de cincuenta”
Le entrego el billete al hombre y en lo que comento cualquier idiotez con mi Bond Girl el hombre me regresa un billete de 5. De inmediato pensé que había algo extraño en el vuelto. Mi genio matemático me decía que el vuelto debió haber sido 3 liras y no 5. Pero en mi cabeza no sé por qué pensé que era que el hombre no tenía monedas entonces lo había redondeado a 45.
Empiezo a hacer que me bajo del taxi y el hombre se vuelve y me dice entre turco e inglés:
“Esto son 5 liras”
Yo pensaba que esto era obvio y no entendía que lo que en realidad me estaba tratando de decir era que yo le había entregado un billete de cinco liras y no uno de cincuenta.
Yo inmediatamente pensé en timo. No sólo por paranoia sino que en las guías había leído que en la ciudad muchas veces los taxista le hacían esta historia a los turistas y al final uno temrina pagando mucho más de lo que debió haber pagado. Volví a ver a Lau en búsqueda de aclaración y en lugar de solucionar el tema, echó leña al fuego:
“Yo leí que esto lo hacen para estafarlo a uno”-dijo Bond Girl- y para mi fue apenas el empujoncito para empezar a discutir con el hombre.
No, Señor.-dije- Tome sus cinco liras y deme mis 3 liras de vuelta. ¡Yo le di a usted 50 liras!
Recuerden que a todo esto estábamos en la puerta del hotel, sin hablar una palabra de turco con un taxista que lo único que sabía hablar era precisamente turco y ya con el portero y los botones del hotel asomándose para ver si había algún problema.
¡You give me five liraaaaaa! – nos decía el hombre en su mejor inglés con cara de desesperación al ver que la gente del hotel se acercaba para ayudarnos.
una vez con un intérprete de por medio, yo le decía al señir que yo estaba seguro que había sacado mi billete de 50 liras y se lo había entregado y que no tenía por qué ponerse tan violento.
El pobre hombre gesticulaba y hablaba fortísimo con el staff del hotel que trataba de ayudarnos y por lo que entendí por sus gestos, les decía que buscaran adentro del taxi o en su ropa. Que yo le había entregado 5 euros y que el que estaba equivocado era yo.
A todo esto, en mi billetera quedaba un billete de 50 liras turcas. Por lo que me empezó a entrar la duda de si le podía dar al hombre el beneficio de la duda. Además las expresiones del hombre yo ya las veía en cámara lenta. Al no ser capaz de entender nada de lo que decían, me enfoqué en analizar los gestos y mi conclusión llegó a ser que: O el hombre era un experto actor manipulador o estaba totalmente en lo correcto y yo me había equivocado al darle el billete.
Laura me decía: “¿Pero estás seguro de que tenías dos billetes de 50?”
No sé, no sé.- contestaba yo.
Típica discusión de pareja en problemas en el extranjero.
De hecho cuando mi “mujer” (porque en el hotel sólo me decían Mr. Franco) me metió carbón con el argumento de haber leído sobre los timos, me recordé de un viaje a estados Unidos con mis padres: Yo era el copiloto mientras mi papá conducía y nos metimos mal en una calle en una autopista y terminamos en una especie de parqueo desierto a altas horas de la noche. Cuando mi mamá se dio cuenta que mi papá y yo tratábamos de descifrar cómo coños salir del lugar, empezó a meter carbón poseída por la paranoia de la mujer latinoamericana:
“¡Nos van a mataaaaaaaar. -gritaba- ¡Tenemos que salir de aquíiiiiii! ¡Así fue como mataron a aquella familiaaaaa!” – la mujer perdió el control por un segundo y ese segundo fue suficiente para que mi hermano llorara en la parte de atrás y que hubiera en el carro un microsegundo de histeria colectiva y de divorcio inminente.
Pero bueno, me desvío de la historia de mi pobre amigo el taxista.
Ya para este punto los funcionarios del hotel nos estaba ofreciendo que si queríamos podíamos llamar a la policía mientras el taxista con una cara de mártir intentaba verme a mi a los ojos suplicando misericordia.
Empecé a sentir fuertemente que quizás yo me había equivocado y les dije que lo dejáramos así. Que simplemente le daba las cincuenta liras al hombre y que por favor me regresara las 3 liras que me debía. Él seguía exaltado por la situación entonces cuando le trataban de explicar volvía a gritar y decir que registraran su ropa y carro si era necesario.
No sé cómo se calmó la situación pero al fin resolvimos darle el dinero al pobre hombre y él me dio las tres liras para que pudiera irse en libertad. Los del hotel me dijeron que esa era una estafa que se hacía comunmente en Estambul y que pasaba mucho porque los billetes de 5 y 50 liras se parecen mucho.
Después de agradecerle a los muchachos, subimos a la habitación y yo me puse a hacer “cuentas.” Entiendan que por cuentas me refiero a tratar de recordar lo que había gastado y lo que debí haber tenido en mi billetera. Después de una media hora de tratar de descfirar mis números (porque mi cerebro matemático simplemente no existe) llegué a la conclusión de que mi pobre amigo el taxista había pasado esa vergüenza absolutamente en vano. Me había equivocado. Terriblemente.
Bajé al lobby para ver si había alguna manera de localizar al taxista a través de la compañía de taxis para pedirle disculpas (ya el portero había anotado el numero de placa del taxi para denunciarlo) pero me dijeron que no lo podían hacer y que me despreocupara. Que lo importante era estar claros de que contaba con todo mi dinero.
De esta expriencia logré confirmar un hecho de mi vida: quien me quiera estafar lo puede hacer a través de cuentas o números que se tengan que hacer rápidamente. Porque yo definitivamente no voy a ser capaz de calcularlo.
A través de este post le pido perdón a mi pobre amigo el taxista de Estambul. Un gallardo andarín siempre lleva el Gallardo en el pecho y no me podría quedar tranquilo sin pedirle mis más sinceras disculpas aunque sea por este medio.
Para recordar la vida del taxista. No hay nada mejor que dejarlos con una de las canciones mas nefastas jamás compuestas en el universo por quizás el artista que más detesto en el mundo. El cantautor que como mejor describe mi amigo “Gato” es el autor de “poesía para las mentes débiles”, el único e inigualable (gracias al cielo) Ricardo Arjona.
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7 Comments
Tuuuuuuuuuuuuuu mooooosssssshhhhhh!1
Me encanta este post! Me estoy muriendo de la risa de sólo imagianrme:
1. al oso lavándote el cuerpo con un trapo
2. a Tía Cristina perdida en Florida
3. Las referencia a Arjona
4. la referencia a las cuentas. Yo tengo el mismo problema… Cuando salí de Praga me dí cuenta por ejemplo, que en la bolsa de un jeans tenía un montón de billetes que yo creí ya había gastado… pero noooo, estaban ahí y no los usé cuando los necesitaba.
Mi amor ame este post no t pdo explicar cuanto me entretengo leyendolos en serio q le dan un no se q a mi vida me hacen feliz y mucho mas culta siento yo te amo demasiado y amo saber q hay una persona en mi vida tan llena de saber, te felicito estas redacciones al menos para mi son life changing estas casi como Patrick Süskind q con sus redacciones llevan al lector en cuerpo tanto fisico por mas loco q suene como mental al lugar de la anecdota. De nuevo t amo y espero con ansias la proxima aventura cuidate miles.
Matemáticas core…gimme 5!
Voy en esas Mhairi… dond eestan los de CORE!
Identificada con el hamam… been there… been scrubbed… gorda al lado mio escupía… toda una experiencia jejejee
El hamam sin duda es toda una experiencia. Claro, después de varios días de viaje intenso, camine y camine por todo lado, madrugadas para tomar vuelos y demás, el cansancio había hecho sus estragos. Así que ir al famoso “baño turco” y por primera vez en Turquía (Estambul)era lo que necesitaba!! Claro que lo que no calculé fue la consecuencia que traería decirle al turco que me dolía la espalda (por supuesto a pura gesticulación). Resultado: casi me desarma! Ese tipo no hacía masaje sino que me aporreaba mi adolorida espalda, pasándome además un unguento que era como para despellejar elefantes por la forma en que quemaba.
Al final, pues salí más adolorido de lo que entré, probablemente con la espalda llena de moretes. Me encuentro a mi esposa en la entrada del lugar y ella me cuenta encantada de su experiencia, de la suavidad en el trato y hasta de los cánticos de su “terapeuta”, que contribuyeron a que disfrutara más su estancia en el área femenina del lugar.
Así de contrastantes pueden ser las cosas según pequeñas circunstancias, lo que nos enseña a ser más observadores y a buscar entender mejor las diferencias culturales antes de abrir la bocota!!
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